¿Cómo circula este mineral por el organismo? Sabemos que apenas el 40 por ciento de los nutrientes ingeridos por un adulto es efectivamente aprovechado por el cuerpo y que la mayor parte se desecha, es decir que si consumimos cinco miligramos de cobre apenas dos de ellos serán absorbidos por las paredes intestinales.
Ya en la corriente sanguínea, parte de esas trazas minerales se combinan con la albúmina (proteína de plasma) y llegan hasta el hígado, la médula ósea, el páncreas, los ríñones y el cerebro. El resto se asocia con las enzimas para desempeñar las funciones mencionadas al comienzo y muchas otras.
Se lo considera beneficioso para el organismo en los casos de osteoporosis (fragilidad de los huesos), hipotiroidismo, esterilidad y para favorecer la estimulación del sistema inmunitario. También es útil en ciertos casos de artritis, de ahí la costumbre de llevar pulseras de cobre: éste es disuelto por la transpiración y absorbido por la piel.
El principal almacén del cobre es el hígado, que -aunque raras veces- puede llegar a acumularlo peligrosamente. Un índice elevado de cobre puede producir una oxidación de la vitamina A, disminuir la vitamina C y perturbar la glucosa en el cristalino, llegando a ocasionar una catarata.
Sin embargo, la manifestación más común de este inconveniente es el síndrome de Wilson, una degeneración hepática congénita de causa desconocida que se caracteriza por la deficiencia de seruloplasmina, enzima que tiene en el cobre a un ingrediente fundamental. Al mismo tiempo, el mineral aparece en exceso dentro del propio hígado y en el cerebro, lo que puede producir al paciente disturbios neurológicos y síntomas de cirrosis hepática.
Se trata de una enfermedad de difícil aparición que, por lo tanto, no debe causar preocupación en las personas que consumen comidas variadas. La naturaleza es pródiga en distribuir este indispensable mineral en numerosos de sus alimentos, tales son los casos de las ostras, mariscos, hígado, almendras, avellanas, hongos, soja, trigo, cereales, café, chocolate, té, coco, levadura de cerveza, legumbres y frutas secas. Trate de incluirlos en su dieta cotidiana y su salud se lo retribuirá con años de vida
Ya en la corriente sanguínea, parte de esas trazas minerales se combinan con la albúmina (proteína de plasma) y llegan hasta el hígado, la médula ósea, el páncreas, los ríñones y el cerebro. El resto se asocia con las enzimas para desempeñar las funciones mencionadas al comienzo y muchas otras.
Se lo considera beneficioso para el organismo en los casos de osteoporosis (fragilidad de los huesos), hipotiroidismo, esterilidad y para favorecer la estimulación del sistema inmunitario. También es útil en ciertos casos de artritis, de ahí la costumbre de llevar pulseras de cobre: éste es disuelto por la transpiración y absorbido por la piel.
El principal almacén del cobre es el hígado, que -aunque raras veces- puede llegar a acumularlo peligrosamente. Un índice elevado de cobre puede producir una oxidación de la vitamina A, disminuir la vitamina C y perturbar la glucosa en el cristalino, llegando a ocasionar una catarata.
Sin embargo, la manifestación más común de este inconveniente es el síndrome de Wilson, una degeneración hepática congénita de causa desconocida que se caracteriza por la deficiencia de seruloplasmina, enzima que tiene en el cobre a un ingrediente fundamental. Al mismo tiempo, el mineral aparece en exceso dentro del propio hígado y en el cerebro, lo que puede producir al paciente disturbios neurológicos y síntomas de cirrosis hepática.
Se trata de una enfermedad de difícil aparición que, por lo tanto, no debe causar preocupación en las personas que consumen comidas variadas. La naturaleza es pródiga en distribuir este indispensable mineral en numerosos de sus alimentos, tales son los casos de las ostras, mariscos, hígado, almendras, avellanas, hongos, soja, trigo, cereales, café, chocolate, té, coco, levadura de cerveza, legumbres y frutas secas. Trate de incluirlos en su dieta cotidiana y su salud se lo retribuirá con años de vida