No Sivern las Dietas de Hambre
Vamos a dejar claro que si le damos al cuerpo menos calorías de las que precisa acabaremos por perder peso. En ese sentido sí que funcionan las dietas de hambre.
Ningún tiroides «averiado» ni la depresión ni el aburrimiento o incluso cualquier circunstancia de estrés nos impedirán perder peso si consumimos menos alimento del que utiliza nuestro cuerpo. Como dice el terrible axioma: ¡En los campos de concentración no hay gente obesa, excepto los guardianes!
Si las dietas de hambre funcionan allí, ¿por qué no van a funcionar con nosotros? El punto estriba en que las dietas de hambre pueden producir una reducción inmediata de peso, pero hay una gran diferencia entre una bajada abrupta de peso y un control permanente. La práctica totalidad de las personas que pierden peso pasando hambre vuelven a recuperarlo e incluso más, en el año siguiente al de su reducción inicial.
Aparte de ser peligrosas para la salud, el problema es que las dietas de hambre tienden a reducir la tasa de pérdida de grasa. La razón estriba en que el cuerpo percibe una baja radical en calorías como una amenaza para el sistema, como un aviso del hambre que ha de venir, lo que le pone en guardia haciendo que almacene todas las calorías posibles.
El cuerpo consigue este fenómeno reduciendo su tasa de metabolismo basal (BMR) o velocidad a la que consume energía. El metabolismo se refiere a la totalidad de procesos químicos y fisiológicos mediante los que el cuerpo produce energía para mantener sus funciones vitales. Se estima que aproximadamente el 73 por 100 del gasto calórico se usa para la termo-génesis (mantenimiento de la temperatura corporal) y un 12 por 100 para generar actividad física.
Aunque los ejercicios pueden alterar significativamente nuestro BMR, es evidente que el factor singular más importante para determinar la tasa a la que consumimos energía es nuestro metabolismo basal. Una reducción pequeña del BMR puede cancelar o al menos disminuir drásticamente la tasa de pérdida de peso que podría conseguirse de otra forma mediante el descenso radical del consumo calórico.
Vamos a dejar claro que si le damos al cuerpo menos calorías de las que precisa acabaremos por perder peso. En ese sentido sí que funcionan las dietas de hambre.
Ningún tiroides «averiado» ni la depresión ni el aburrimiento o incluso cualquier circunstancia de estrés nos impedirán perder peso si consumimos menos alimento del que utiliza nuestro cuerpo. Como dice el terrible axioma: ¡En los campos de concentración no hay gente obesa, excepto los guardianes!
Si las dietas de hambre funcionan allí, ¿por qué no van a funcionar con nosotros? El punto estriba en que las dietas de hambre pueden producir una reducción inmediata de peso, pero hay una gran diferencia entre una bajada abrupta de peso y un control permanente. La práctica totalidad de las personas que pierden peso pasando hambre vuelven a recuperarlo e incluso más, en el año siguiente al de su reducción inicial.
Aparte de ser peligrosas para la salud, el problema es que las dietas de hambre tienden a reducir la tasa de pérdida de grasa. La razón estriba en que el cuerpo percibe una baja radical en calorías como una amenaza para el sistema, como un aviso del hambre que ha de venir, lo que le pone en guardia haciendo que almacene todas las calorías posibles.
El cuerpo consigue este fenómeno reduciendo su tasa de metabolismo basal (BMR) o velocidad a la que consume energía. El metabolismo se refiere a la totalidad de procesos químicos y fisiológicos mediante los que el cuerpo produce energía para mantener sus funciones vitales. Se estima que aproximadamente el 73 por 100 del gasto calórico se usa para la termo-génesis (mantenimiento de la temperatura corporal) y un 12 por 100 para generar actividad física.
Aunque los ejercicios pueden alterar significativamente nuestro BMR, es evidente que el factor singular más importante para determinar la tasa a la que consumimos energía es nuestro metabolismo basal. Una reducción pequeña del BMR puede cancelar o al menos disminuir drásticamente la tasa de pérdida de peso que podría conseguirse de otra forma mediante el descenso radical del consumo calórico.